Supongo que a estas alturas todos habréis oído hablar del kale, ya que desde hace un tiempo esta hoja verde se ha hecho cada vez más famosa, y con razón…
El kale es una verdura que pertenece a la familia de las crucíferas, la misma familia de las coles, el brócoli, la rúcula o la col lombarda y por tanto comparte muchas de sus magníficas propiedades nutricionales. El kale es considerado un superalimento porque es una hoja con una gran densidad nutricional. Destaca sobretodo su contenido en vitamina K, C, A y ácido fólico. La vitamina K juega un papel fundamental en la coagulación de la sangre ayudando a que no sangremos en exceso y parece que también es una vitamina que ayuda a prevenir la osteoporosis y a mantener unos huesos fuertes. Es también un alimento especialmente rico en calcio y en hierro y también en manganeso, un oligoelemento que refuerza la salud de nuestros huesos, interviene en la regulación del azúcar en sangre y forma parte esencial de la superóxido dismutasa, una enzima que tiene uno de los mayores poderes antioxidantes de todo el organismo. Es kale es también rico en ácidos grasos esenciales omega 3 y 6 en la proporción adecuada, ya que un desequilibrio de estos ácidos grasos provoca también inflamación, de ahí que el kale sea un alimento con propiedades antiinflamatorias, también antioxidantes y depurativas, sobretodo por su alto contenido en clorofila y glucosinolatos (como todas las crucíferas) que ayudan a la regeneración y limpieza a nivel celular.
Es también un alimento que protege nuestro corazón y además su alto contenido en ácido fólico es muy adecuado para las madres gestantes ya que esta vitamina ayuda al correcto desarrollo cerebral del feto.
Finalmente, como el resto de su familia es importante destacar también sus propiedades anticancerígenas que han quedado demostradas en numerosos estudios, sobretodo debido a su gran contenido en glucosinolatos, en especial los indoles y los isotiocianatos. Se han visto sus efectos protectores en vejiga, pecho, hígado, colón, estómago y pulmón ayudando a inactivar sustancias carcinogénicas a las que nos exponemos diariamente, protegen nuestro ADN de posibles mutaciones debido también al ambiente, por ejemplo a la radiación, inhibe la formación de vasos sanguíneos por parte del tumor y ayuda a inhibir la migración celular desde el tumor, es decir, dificulta la aparición de metástasis tumoral.
Estas son solo algunas de las razones por las que el kale es considerado un superalimento, pero es importante recordar que toda la familia de las crucíferas poseen fantásticas propiedades, por lo que yo recomiendo comer todos los días alguna crucífera, cruda o al vapor ligero, al menos una taza diaria para beneficiarnos de sus propiedades protectoras. Antes en España el kale era más difícil de encontrar, pero hoy en día en supermercados ecológicos o herboristerías donde vendan frutas y verduras solemos encontrarlo fácilmente, de hecho es recomendable comprarlo siempre ecológico, de lo contrario suele ser una verdura con gran contenido en herbicidas y pesticidas.
El kale es una hoja un tanto dura a la hora de comer, por eso para comerla cruda en ensaladas, como por ejemplo en esta receta, es recomendable ‘masajearla’ antes con un poco de aceite de oliva, por ejemplo, y dejarla reposar un rato, de esta forma se ablandará un poco y será mucho más agradable de comer. Otra forma de comer el kale es al vapor ligero, o salteado con un poco de aceite de coco, lo más importante es no cocinarlo en exceso para que no pierda sus maravillosos nutrientes.
En esta receta utilizo también chucrut, que son verduras fermentadas. Tiene un sabor algo avinagrado y se pueden comprar hechas o hacerlas en casa. Lo más típico es la col, pero también podéis encontrar una mezcla de varias verduras fermentadas, como la que he utilizado yo en la receta: cebolla, col y zanahoria. Es un alimento estupendo para mantener la salud de nuestro intestino, ya que el proceso de fermentación provoca que sea un alimento probiótico, es decir, que nos proporcione bacterias saludables para nuestro intestino, con todos los beneficios que esto conlleva. Así que poner una cucharada de chucrut en nuestras ensaladas es una forma muy sencilla de cuidar diariamente nuestro intestino.
- 1 taza y ½ o 2 tazas de kale cortado en trozos pequeños
- 2 cucharadas de pasas
- 2 cucharadas de chucrut casero o comprado
- 2 cucharaditas de gomasio (sésamo con sal marina, lo venden así o sino se puede poner sésamo y un poco de sal del Himalaya a parte)
- un puñadito de pipas de calabaza crudas al gusto
- Para el aliño:
- 2 cucharadas de tahín (o crema de sésamo)
- 1 cucharada de zumo de limón
- 1 cucharada de aceite de oliva
- ½ cucharadita de aminos o tamari
- 1 cucharadita de agua de calidad
- aceote de oliva
- En primer lugar, lavar y trocear el kale en trozos pequeños (como en la foto), ponerlo en un bowl y rociar con un buen chorro de aceite de oliva de calidad, mezclarlo todo bien con las manos, como si estuviésemos masajeando el kale durante 2-3 minutos y dejarlo reposar unos 15-20 minutos. Este proceso ayudará a que el kale se ablande.
- Mientas, se puede ir haciendo el aliño mezclando todos los ingredientes, se puede rectificar la salsa al gusto echando más tahín, limón, aceite y aminos o tamari.
- Agregar el resto de ingredientes a la ensalada, mezclar bien y servir con un poco de aliño por encima.
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